jueves, 22 de abril de 2010

Sobre Principios


Hace algunos meses tuvimos la oportunidad de deleitarnos con el Desayuno de Oración, un acto elitista de la alta sociedad norteamericana que, configurando un marco ambiental casi místico, se repite todos los años. La particularidad del Desayuno de hace esos meses es que, sorprendentemente y como todos sabemos, fue invitado el presidente del gobierno español. Amén de su lectura de la biblia y la argumentación de su discurso, ZP (acrónimo con el que él mismo se vendió y que puede significar multitud de cosas…) hizo mención a una frase que no era nueva en él, que ya decía en mítines de las Juventudes Socialistas, y que suena incluso atractiva: “La libertad os hará verdaderos”. He de decir que me pareció una tontería más con las que suele deleitarnos; una osada tontería, como lo son casi todas, amparadas en la ignorancia y la falta de humildad ante el mundo, con la que pretendía contradecir a Jesús de Nazaret, invirtiendo los términos de su famosa frase “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 32; seguramente una de las más importantes del conocimiento humano). Como tal lo tomé en un principio, pero poco a poco me fui dando cuenta que el asunto era más serio de lo que parecía. Mucho más serio. De implicaciones tan hondas que atañen a los principios básicos de las sociedades occidentales modernas (1).

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla…                Declaración de Independencia de EE.U.., 4 de julio de 1776

Una atenta lectura de estas frases de la declaración de Independencia de los EE.UU. nos debería llamar a la reflexión en un momento como el presente. Sorprende la referencia explícita al Creador, que otorga a los hombres de derechos inalienables: la "vida", la "libertad" y la "búsqueda de felicidad". Y sorprende que a los gobiernos sólo se les otorgue legitimidad cuando acatan y defienden estos principios divinos. Porque lo que hoy vemos es que hemos destruido al Creador, y la legitimidad de los gobiernos sólo viene de la voluntad popular (sea ésta cual sea, que puede ser muchas cosas). Claro que el resultado que sufrimos en nuestra sociedad ni es inocente, ni es independiente respecto a estas causas. Pero comenzaba la cita con “creer” (no demostrar) en “verdades evidentes por sí mismas”. ¿Qué relación hay entre libertad y verdad? ¿Cuál de ellas proporciona la otra y cuál es servidora de la otra? Como resulta evidente, este tipo de cuestiones se pueden abordar de muy diferentes maneras y, según nuestro grado de osadía, con la humildad intelectual de la que seamos capaces. En nuestro caso, asumimos nuestra escasa capacidad para abordar un tema tan hondo con garantías intelectuales (2), y por ello, vamos a complementar el enfoque intelectual de este texto con el enfoque fenomenológico de textos futuros, sin en ningún caso esperar mejores resultados (“intelectuales”) que los de aunténticos colosos de la Historia (nuestro grado de osadía es fecundo pero limitado).

Desde el punto de vista de los principios de nuestras sociedades occidentales, es obligado reconocer que la Declaración de Independencia de Estados Unidos fue la primera en declarar que los hombres son iguales y dotados de ciertos derechos inalienables. Llamamos la atención sobre el último de ellos, la búsqueda de la felicidad, pues al referirse a esta búsqueda no es referirse a la felicidad en sí misma (tampoco comete la osadía de decir cómo buscarla ni dónde encontrarla). En comparación, la Constitución Europea tan precariamente aprobada (concediendo la generosidad de considerarla de este modo) tiene el valor del papel mojado, es decir, ninguno. Y no lo tiene porque es un tratado mediocre, ausente de referencias a las raíces cristianas de Europa (3), ausente del valor de la familia, de libertad de asociación ni de subsidiariedad, y eso siendo diez veces más extensa que la Constitución Americana. La metáfora del árbol es fecunda para representar esta situación: una cosa es replantear o adaptar el asiento de las raíces en el terreno tras una torrencial lluvia, y otra muy distinta es cortarle las raíces al árbol, lo ideal para ver cómo se seca sin saber por qué lo ha hecho (4).

Desde el punto de vista de los principios de las personas, de la construcción de un modelo del mundo por parte del individuo que rija su forma de vida y su comportamiento, habría que aludir tanto a la componente cognitiva de la Verdad (con la que habíamos comenzado) como a la componente ético-moral del Bien. La sociedad en que nos encontramos nos somete a estímulos continuos que nos llevan a creer, no en un derecho a la búsqueda de felicidad, sino simplemente en un derecho a la felicidad (utopía donde las haya en el mundo terrenal). Y las consecuencias se encadenan de forma estrepitosa y dramática, porque desde ese derecho a la felicidad (el principio fundamental de la libertad que, según ZP, es el que otorga la verdad), se puede defender la autonomía moral: si somos totalmente libres, podemos hacer lo que queramos, y eso que queramos, como lo hacemos en libertad (por supuesto más ficticia que real), es verdad. Sea lo que sea. En cambio, según el principio contrario, es la búsqueda de la verdad, dificultosa y dolorosa, la que únicamente puede ser camino de búsqueda de felicidad. Y esa verdad se encontraría en el Creador, cuya proyección más reconocible en el mundo mundano sería el Derecho Natural, el orden moral universal y la idea del Bien, reconocible (como decía Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia) de forma evidente en la esencia misma de las cosas.

Sólo dos referencias más sobre la verdad voy a hacer para concluir con unas aseveraciones personales de lo que, de forma evidente e indemostrable (por comportarse cognitivamente como axiomas), me parece al respecto. Obvio toda referencia relativista de la verdad por considerarla simplemente falsa, y me referiré, primero aunque superficialmente, al concepto intermedio de verdad de Rorty. Decía Rorty que poseer principios epistemológicos es análogo a poseer principios morales: inútil. Que los principios, de poseerse, habían de revisarse permanentemente a la luz de los resultados de su aplicación, que son los que realmente los generan y no al revés (esto me parece bastante razonable, si bien no tiene nada que ver con que los principios sean inútiles en absoluto). Rorty entendía la verdad desde el pragmatismo, que sólo se puede reconocer una verdad (no absoluta) a raíz de los mecanismos que en cada momento dispongamos de justificarla y comprobarla (lo cual también me parece bastante razonable, si bien no niega la existencia de verdades superiores; lo que en nuestra estrecha cabeza no cabe no tiene por qué no existir). Segundo, me referiré a la Verdad platónica (idea cognitiva), íntimamente ligada a su idea de Bien (idea moral). Decía Platón:

...la idea del bien, a la cual debes concebir como objeto del conocimiento, pero también como causa de la ciencia y de la verdad; y así, por muy hermosas que sean ambas cosas, el conocimiento y la verdad, juzgarás rectamente si consideras esa idea [la del Bien] como otra cosa distinta y más hermosa todavía que ellas.                     Platón, República, libro VI

Desde una perspectiva interior, creo que esta cita de Platón es excepcional y verdaderamente verdadera. Platón consideraría así la idea de Belleza, la idea de Bien y el amor como cosas íntimamente vinculadas entre sí, y como una vía de acceso al mundo de las Ideas (donde se encontraría la Verdad cognitiva). Siglos de historia de la humanidad avalan que su planteamiento es, como mínimo, muy válido. Si a alguien no le gusta dar más crédito a Jesús de Nazaret que a ZP, seguramente a Platón se lo dará. Y si tampoco así lo hace, quizás se lo dará a los hechos irrefutables de la triste historia de la humanidad, no prolífica en verdad, belleza y bien. Pero si tampoco con eso encuentra crédito suficiente, pena será; pero pena, sobre todo, para él. Poco más puedo decir sin salirme del enfoque racionalista de los principios en el que estamos basando este escrito. Y el esfuerzo de añadir muchas más referencias intelectuales sobre la cuestión de la verdad no rentabilizaría el resultado. Así que si les parece, aquí lo dejo abierto a comentarios y, ojalá, a una fecunda conversación.

(1) Dos alternativas se pueden distinguir como modelos de construcción de cualquier cosa: el modelo racionalista, que parte de principios establecidos a priori y opera con ellos por deducción lógica, y el modelo empirista, que parte de los hechos fenomenológicos y opera con ellos por inducción. En el texto de hoy me referiré sobre todo a un enfoque racionalista, pero me comprometo a abordar próximamente el tema desde el enfoque contrario.
(2) Insistimos en el término de intelectuales; creemos encontrar mayores garantías en terrenos no intelectuales en un asunto como este
(3) Es interesante comprobar cómo influyeron estas raíces cristianas en la construcción de la Constitución norteamericana: http://revista.libertaddigital.com/el-origen-ideologico-de-la-constitucion-de-eeuu-1275327951.html
(4) Y con esta referencia estamos aludiendo, evidentemente, a la crisis de civilización que está viviendo Europa y a sus más que probables causas.
* La imagen corresponde con una obra de James Turrell, del que hablaremos dentro de poco.

jueves, 25 de febrero de 2010

Enfermos

No puede ser un síntoma de salud estar bien adaptado a una sociedad enferma
Jiddu Krishnamurti


Pido disculpas de antemano por mi baja actividad en estos últimos días, no se deben a nada más que a ajetreos personales. Sin embargo, ello no me ha hecho olvidar que he adquirido un compromiso con este lugar, del cual doy cuenta pública y por el que solicito esas disculpas. Por muchos es conocido cierto hecho cibernético reciente que fue origen y causa de este mismo lugar. He hecho un brevísimo repaso a mi archivo particular y es curioso recordar, gracias a él, que ciertas cosas pueden no ser casualidad. Sólo cito breves frases sueltas: “No se os ocurra volver a entrar en este blog JAMAS!” “¿Las normas son iguales para todos?” “...este blog es un peligro público, … creo que deberías tener cuidado”. Creo que, siempre salvaguardando la confidencialidad de la procedencia, sería interesante que todos aportásemos más celebridades cibernéticas que tendremos grabadas; por falta de tiempo no puedo aportar ahora más. Pero si puedo aportar un par de experiencias al hilo del tema que me gustaría proponer, que van en consonancia con las frases reproducidas y con el tema que propongo. De igual modo invito con fervor a todos a aportar otras experiencias que logren enriquecer esta reflexión, pues reconozco que ando justo de fuerzas e ingenio en este momento.
- Hace unos días, andaba con estas lluvias y con gran prisa por las calles de la infausta ciudad donde vivo, paradigma del caos y la calamitosa gestión urbana. Hube de parar el vehículo privado cinco minutos para hacer unas fotocopias en un grupeto de vehículos disciplinadamente dispuestos en doble fila, y como la calle tenía una leve pendiente, no había forma de dejarle quieto, dejándole posar suavemente en el vehículo de enfrente. Pero con la suerte de que ese vehículo estaba ocupado. Sale su airado conductor comunicando con gestos que qué hacía dándole. Una vez puesto el mío, le dije que lo dejaría así los cinco minutos que necesitaba, que tranquilo que en nada me iba. Insistió en que no le diese, que echase para atrás y pusiese el freno de mano. Respondí algo que sorprende no hallar en su mollera: que si no está bien posicionar vehículos en doble fila, menos lo está hacerlo con el freno de mano. Repitió como si nada hubiese escuchado: que no me des con tu coche y que pongas el freno de mano. Insistí en mi respuesta con toda mi buena voluntad de colaborar. Insistió en sus airados gestos. Me rendí, rezando que no pasara nada en esos cinco dichosos minutos.

- Vamos por una autovía y ésta apunta hacia arriba para salvar una loma. Una tropa de camiones en el carril izquierdo, de los cuales, el último no podía desaprovechar la ocasión de cambiar de carril para adelantar justo al pie de la pendiente, antes de que una considerable tanda de vehículos rápidos adelantasen a todos ellos en ella. Por supuesto, en el momento exacto en el que viene el de atrás y a éste obliga a dar un frenazo para no estamparse con su espalda. Causó verdaderos estragos, algún frenazo y una perturbación de tráfico (dos carriles de autovía a unos 40 km/h) que no se recuperaría hasta kilómetros más tarde.

En nuestras sociedades occidentales avanzadas, hay individuos (que son legión) tan mal dotados de talento y de sentido que son incapaces de cualquier juicio, pero censuran, condenan y sentencian todo, no tienen dudas ni vacilaciones, de todo entienden aunque de nada sepan. Lo curioso es que estos individuos son los que, por una circunstancia u otra, son los que acaban dirigiendo los destinos materiales de todos, y son los que se empeñan en conspirar contra el verdadero saber y el verdadero ser. En definitiva, contra la verdad. Lo suyo es el grito y la oposición, el ataque sistemático a los individuos que les son antitéticos, quienes se consagran a la humildad ante la naturaleza y a la verdad. En una sociedad como la nuestra, enseñada a huir de la verdad, a transigir con la injusticia y a sólo pensar en clave egoísta, la existencia de alguien comprometido con la verdad, la justicia y la naturaleza misma supone un referente corpóreo, bien para bien, bien para mal.


En las comunidades del mundo adonde no ha llegado la civilización (muchas de las cuales comparten espacio físico con las que sí han llegado), la vida es muy diferente a la nuestra. Es una vida presidida permanentemente por la lucha por la supervivencia. Sus integrantes no están dotados de educación alguna, pero explotan fecundamente todos sus talentos. Y como la necesidad les obliga, también explotan fecundamente (en general) los mejores valores humanos. Sus vidas transcurren sorprendentemente felices en un clima de trabajo esforzado, de silencio y de permanente fragilidad en la existencia. Allí el tiempo siempre es lento; el tiempo lento y el silencio les envuelve de una forma que cuando alguno de nosotros se presenta allí, le envuelve de una forma realmente desconcertante.


A ambas les envuelve la idea sobre la que invito a pensar hoy, la idea que introducía en la cita inicial: la salud (y como parte de ella, su opuesto, la enfermedad). Efectivamente y comenzando por la cita, en nuestras sociedades occidentales se suele tachar a los inadaptados de eso mismo, de inadaptados, achacándoles ciertas dolencias enfermas, patológicas o, al menos, leves desequilibrios internos (no integrarse en el equipo de fútbol del colegio, no tener amigos que ni se reconocen a sí mismos, o simplemente, dudar de que las cosas estén bien como están). En estos tiempos que padecemos, a todos se nos acumulan dolencias de muchos tipos, no abundando generalmente más las de cuerpo que las de alma. En cambio, en las comunidades no desarrolladas, ocurre más o menos lo contrario: a todos se les acumulan dolencias de muchos tipos, pero abundando más las de cuerpo que las de alma. ¿Cómo es posible este desequilibrio entre unos lugares del mundo y otro, y dentro de esos mismos lugares también? ¿No se montan las organizaciones, comunidades, sociedades, sistemas, para paliar la enfermedad (sea cual sea su naturaleza) y proporcionar mejor salud (sea también cual sea)? Quizás simplemente el remedio no está ahí, sino en el interior del individuo, que sólo lo puede construir él mismo. Suponiendo esto y abundando en ello, ¿Qué dolencias duelen más, las de cuerpo o las de alma? Y ¿Cuáles duelen más, las propias o las ajenas?

En no pocos campos de conocimiento vienen sucediéndose líneas de trabajo que tratan cuestiones que, si tradicionalmente se venían enfocando desde la Razón, ahora lo hacen precisamente desde su opuesto. Respecto a la pregunta que hacíamos: ¿Qué duele más, la dolencia del cuerpo (hambre, sed, enfermedad viral) o la del alma (falta de afecto, soledad, desarraigo, desprecio)? Un equipo de científicos de la universidad de California (Los Ángeles), liderados por H. Takahashi, sugieren razones evolutivas para explicar un hecho científicamente bastante comprobado y al mismo tiempo bastante sorprendente: que el cerebro humano trata ambos tipos de dolencias exactamente igual, activando exactamente los mismos circuitos cerebrales.


Dicen que las especies evolutivamente superiores, como los mamíferos y especialmente el hombre, la dependencia de los recién nacidos hacia sus ascendentes es más elevada que en las especies evolutivamente inferiores; llegan al mundo desprovistos de los medios necesarios para sobrevivir por su cuenta. Es el precio exigido para disfrutar de una mayor inteligencia (como las manifestadas por los sujetos protagonistas de los ejemplos, aunque ese sería otro tema): así pueden dedicar sus primeros años de vida al aprendizaje y no a la simple supervivencia. Pero eso exige la dedicación de sus padres, cuidados específicos, que sólo pueden dimanar de los sentimientos y los afectos. En ese sentido, la evolución parece dirigirse hacia un mayor enraizamiento de lo sensible; una cada vez mayor afectividad y moralidad en las especies parece ser la línea evolutiva natural. Es fácilmente comprobable que en el caso de la especie humana aún es ésta bastante inferior a la capacidad inteligente (en teoría, insisto), pero también es evolutivamente explicable esta tendencia como una realidad natural. Ahora, sólo hace falta que nosotros nos comportemos de esa manera.

Y poder decir que, estadísticamente, ejemplos como los puestos (y como los que todos los Argonautas van a seguir poniendo) son la rareza y no la norma.

viernes, 22 de enero de 2010

El último Nombre


I. Yo - Nosotros.


El mito de Narciso tiene varias versiones, pero todas tratan de un hermoso joven sobre el que Némesis, diosa de la venganza, hace caer la maldición de hacerle incapaz de amar a ninguna otra persona que él mismo. Así, después de rechazar cruelmente el amor de muchos (la versión más extendida es la de la ninfa Eco), y a pesar de que lo tenía prohibido, ve su imagen reflejada en un estanque, se queda prendada de ella, se enamora de sí mismo y muere de inactividad (ahogado, según otras versiones) al no poder nunca separarse de esa imagen suya de la que se enamora ciegamente. Narciso da origen a la expresión “narcisismo”, que se refiere a aquellos que están más pendientes de sí mismos que de los demás, que adolecen de falta de altruismo y se dejan llevar por el egoísmo reinante. Una enfermedad social, casi una exigencia del contrato social.

Narciso retrata la tendencia a la que nos lleva la sociedad en que vivimos, y que los más jóvenes interiorizan mejor y con más rapidez. Muchos ven esa sociedad caricaturizada en dos obras: Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932), y 1984, de George Orwell (1948). Un mundo feliz describe lo que sería una dictadura perfecta. Tendría la apariencia de una democracia, una cárcel sin muros de la cual los prisioneros no querrían evadirse, porque vivirían aparentemente gozosos gracias al sistema de consumo y el entretenimiento. En 1949, tras escribir su libro, Huxley escribió a Orwell: “En el curso de la próxima generación, creo que los amos del mundo descubrirán que el condicionamiento infantil y las narcohipnosis son más eficaces como instrumentos de gobierno que los garrotes y los calabozos y que la avidez del poder puede satisfacerse tan cabalmente si mediante sugestión se hace que la gente ame su servidumbre como si a latigazos y puntapiés se le impone la obediencia”. Por otro lado, la novela de Orwell (que inicialmente se iba a llamar El último hombre de Europa), escrita poco antes de la carta de Huxley, describe una sociedad similar a la suya en lo fundamental: es un país imaginario, en el que su jefe supremo, el Gran Hermano, permanece invisible, pero siempre vigilante, en aras de imponer un régimen totalitario. El instrumento principal para alcanzar tan perverso fin es un nuevo idioma, la neolengua (Newspeak). Lo más inquietante de 1984 (también de Un mundo feliz) no es, como muchos analistas dicen, que dibuje una realidad que se ve acercando en las sociedades occidentales, de la que del que no habría retorno posible. Es que, al menos en una, ya ha llegado.

El gobierno de la sociedad orwelliana lo formaban cuatro ministerios: el Ministerio del Amor (en neolengua, Minimor), que se ocupaba de administrar los castigos y la tortura; el Ministerio de la Paz (Minipax), que se encargaba de asuntos de guerra y se esforzaba para lograr que ésta fuese permanente; el Ministerio de la Abundancia (Minindancia), algo parecido al de economía, cuya tarea consistía en conseguir que la gente viviese siempre al borde de la subsistencia; y el Ministerio de la Verdad (Miniver), que se dedicaba a manipular o destruir los documentos históricos de todo tipo para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia mantenida por el Estado.

Orwell sabía que la colectivización de las conciencias se puede alcanzar con la imposición de un lenguaje apropiado. Y como se puede ver, la primera característica de esta forma de gobierno es vestir cosas depravadas con palabras representativas de Ideas (en sentido platónico) elevadas, al tiempo que cambiar esta denominación hacia la palabra del nuevo idioma. Esto ya ha ocurrido, por supuesto sin que nos demos cuenta. Por centrarnos en un aspecto especialmente sensible, hablemos de la juventud y su educación, pero el asunto no se limita a esto. Y vemos cómo, con la Logse, el mundo educativo se ha llenado de una neolengua logsista, donde ya no hay profesores y maestros, sino expertos en educación para la salud, en educación medioambiental, en educación para la ciudadanía, en educación para la paz, en educación vial, (¿es casualidad el parecido con los Ministerios orwellianos? ¿es casualidad el parecido entre los ministerios orwellianos y los nuestros?). Tampoco hay ya asignaturas, sino áreas, materias o módulos. Ni programas, porque currículo tiene un significado mucho más rico y complejo. Ni guarderías, pues escuela infantil es la denominación obligada. Y así podríamos seguir sin fin, en la Logse, y en lo que se quiera mirar.

El protagonista de Orwell, Winston Smith, trabajaba para el Ministerio de la Verdad, y se ocupaba precisamente de la elaboración del diccionario de la neolengua. Pero mientras todo el mundo vivía feliz, disfrutando de los placeres fáciles con que eran obsequiados, él va haciéndose consciente de lo que estaba ocurriendo realmente; tanto, que decide rebelarse. En su ansia de evadir la omnipresente vigilancia del Gran Hermano (si, ese, el que su mirada penetra en todas las parcelas de las personas, no sólo en la pública, sino también en su intimidad, en su vida afectiva, en su vida moral, en su vida intelectual, y hasta en su conciencia) encuentra el amor de una joven rebelde llamada Julia, también desengañada del sistema político; ambos encarnan así una resistencia de dos contra toda una sociedad engañosa, fraudulenta y antihumana, montada por unos pocos para sacralizar sus propios privilegios. El testamento de George Orwell no pudo ser más pesimista: para sobrevivir en una sociedad en la que se ha matado el deseo de pensar, hablar y vivir libremente sólo cabe la rendición, primero ante la neolengua, y después, a todo lo que surja de la dictadura parlamentaria.

II. La generación perdida.

Como sea también vivimos en la dictadura de las cifras, relatemos con ellas una realidad que seguro que muchos de nosotros describiríamos en primera persona de otra y mucho más fecunda forma: la tasa de paro entre menores de 25 años en España es aberrante: un ¡¡43%!! (21% en Europa). Sin incluir formas de evadir esta estadística como contratos precarios, cursos de formación y un largo etcétera. Añadamos que, además, los jóvenes existen en menor proporción que nunca, lo que unido a la renuncia de nuestras raíces, a la dictadura del relativismo y a la alta tasa de inmigración y reproducción extranjera, nos lleva a tener previsiones de que Europa será una república islámica dentro de escasamente 30 o 40 años.

Mientras el sistema (y muchos de sus integrantes) derrocha cantidades irreverentes de recursos y alardea de Democracia y de Estado de Derecho, esclaviza y roba a manos llenas, y la juventud, especial víctima de todo esto, no tiene futuro. Son la secuela de una sociedad que ha disfrutado de una bonanza económica manifiesta, de una educación familiar completamente equivocada (fagocitada por los efectos de esa bonanza económica) y de un sistema al que se podría representar con el símil de un edificio en ruina estructural. Es la civilización occidental la que, tras haber renunciado y estar destruyendo sus cimientos míticos, morales, filosóficos y religiosos, claramente está manifestando su ocaso.

Y ante eso, tenemos una generación de jóvenes maltratados, fracasados, envilecidos y desesperanzados. Se suele decir que la más preparada de su historia. Desde luego es la más titulada, pero la preparación sólo se defiende demostrándola. Principales de un adoctrinamiento del que han sido, a partes parejas, víctimas y cómplices, no saben qué hacer con su vida. Y mientras, ponen sus escasas esperanzas en que sean otros, los que han creado el monstruo, quienes le destruyan. ¿Hay ilusión mayor? En contra de lo que históricamente ha sido habitual, los jóvenes españoles saben que les espera un futuro peor que el de sus padres, argumento suficiente para desanimarles por completo, arruinar sus esperanzas de futuro y perder la fe en sí mismos. Muchos han abandonado, piensan que el mundo es imposible de cambiar y que no merece la pena luchar (crecer). Lo contrario de ser jóvenes. Lo que testamentó Orwell.

III. Proyecto del Yo - Nosotros.

Orwell fue de los pocos intelectuales de su época que alcanzó a comprender que la imposición de cualquier totalitarismo, de cualquier régimen liberticida, pasa por la colectivización de la sociedad, por la eliminación de todo ciudadano que pretenda reservarse una parcela de individualidad, que pretenda preservar su inteligencia y su afectividad de la imposición del pensamiento único. La lucha por la libertad no ha terminado con la proclamación de las constituciones liberales occidentales, y se librará permanentemente, porque la libertad hay que ganársela, porque la libertad se gana en cada uno de nosotros. Porque la búsqueda, la lucha por la libertad, es la esencia de la vida humana, no la libertad fácil, ni siquiera la libertad misma; ni mucho menos el disfrute, ocioso y gozoso, de la falsa libertad de Gran Hermano. Y tenemos una magnífica oportunidad para ganárnosla, y con ella, también nuestra dignidad.

¿No es el joven español prototípico como Narciso? ¿No se le ha educado (adoctrinado) para ser así? Todos somos culpables en esto, y Orwell anticipó un terrible camino en esta situación: el único camino posible es la rendición. Nada se puede hacer ante el Gran Hermano. ¿Pero eso es lo que queremos? En esta situación y ahora me tomo esta licencia personal, yo aspiro a liberarme de la degradante cárcel de esta época y contexto, de la degradante pero gozosa esclavitud que nos proporciona. Me niego a acogerme a este modelo de vida, aunque por ello me quieran ciego, sordo y sobre todo mudo. Me niego a permitir que me acomplejen con calumnias por defender lo que por naturaleza me pertenece (existir) y tengo el deber natural de, algún día, legar a mis hijos. Me niego. Aunque este propósito sea quijotesco, y desde luego resulte extraordinariamente incómodo. Pero quiero ver algo cuando me miro al espejo. Para ello, y apoyándome en lo dicho, se me ocurren algunas Ideas, como objetivos de una reconstrucción personal necesaria:

Primera. Negarse a sucumbir ante el principio principal de 1984, negarse a destruir el lenguaje y a sucumbir a la enseñanza del Gran Hermano (lo que no se puede decir, no se puede pensar; si no existe la palabra libertad, el hombre no podrá pensar en ella). Si no queremos el destino de Winston Smith.

Segunda. Negarse a sucumbir ante el principio principal de Narciso, la maldición de hacernos incapaces de amar a ninguna otra persona que a nosotros mismos. Si no queremos el destino de Narciso.

Tercera. Debe haberla, porque todo compacto lo forman tres partes, pero como mi ingenio no ha dado como para hacerla salir, aún falta. Construyámosla.

¿O preferimos resignamos a ser El último hombre de Europa?


domingo, 10 de enero de 2010

Empezar por el principio





I.

 
Hay una conocida anécdota sobre la que recientemente se ha realizado y publicado un breve vídeo, en la cual se escenifica la conversación que mantuvieron un profesor y un anónimo alumno en una clase del cambio de siglos XIX al XX. En ella, ocurre este diálogo:


Profesor: Si Dios existe, pues él es malvado, ¿Dios creó todo lo que existe? Si Dios lo creó todo, entonces él creó la maldad, lo que significa que él es malvado.
Alumno: Disculpe profesor, ¿existe el frío?
Profesor: ¿Qué clase de pregunta es esa? Por supuesto que existe. ¿Nunca han tenido frío?
Alumno: De hecho, señor, el frío no existe. Según las leyes de la física, lo que consideramos frío es en realidad la ausencia del calor. Profesor, ¿existe la oscuridad?

Profesor: Por supuesto que sí.

Alumno: Usted está equivocado, señor. La oscuridad tampoco existe. La oscuridad es en realidad la ausencia de luz. La luz la podemos estudiar, pero no la oscuridad. El mal no existe. Es como la oscuridad y el frío. Dios no creó el mal. El mal es el resultado de lo que sucede cuando el hombre no tiene el amor de Dios presente en su corazón.


(el video que escenifica esta conocida anécdota se puede ver en http://www.intereconomia.com/video/gato-al-agua/einstein-y-religion)


En realidad, la argumentación del joven Einstein (el entonces anónimo alumno) puede realizarse a la inversa con igual legitimidad lógica; es decir, tanto la oscuridad puede ser ausencia de luz, como la luz puede ser ausencia de oscuridad. No obstante, la diferencia que da legitimidad a una sobre otra la daba ya el joven Einstein: la diferencia es que el calor y la luz eran fenómenos físicos materiales, por así decirlo, perceptibles y estudiables, fenómenos provocados por la existencia de algo (un fotón y una partícula con masa, respectivamente), mientras que el frío y la oscuridad, no. Podríamos encontrar un sentido poéticamente profundo a todos los grandes resultados de Einstein; de hecho, tanto sus primeros pensamientos, de los que se dice nacieron sus ideas sobre la relatividad especial, fueron la observación poética de los reflejos que provocaba la luz cuando incidía sobre el agua (en movimiento) de un río; y los últimos, fueron más místicos que propiamente científicos.


II.


Bernard Shaw, famoso dramaturgo irlandés de primera mitad del siglo XX, decía:


Deben de conocer al menos a media docena de personas que no son de ninguna utilidad en este mundo, que son más problemáticos que útiles. Vayan y díganles: Señor o señora, ¿sería t an amable de justificar su existencia? Si no pueden justificar su existencia, si no cumplen con su parte, si no producen tanto como consumen o a ser posible más, entonces está claro que no podemos utilizar una gran organización o nuestra sociedad para mantenerlos vivos, porque su vida no nos beneficia, y no puede serles de mucha utilidad a ellos tampoco.


(sus palabras en vivo están aquí http://www.youtube.com/watch?v=_5YNy6JjElA. Este video es un fragmento de un documental espléndido de obligada visión por todos, cuya primera parte de ocho es http://www.youtube.com/watch?v=_KfcCjYk24o)


Pese a la extrema gravedad de la intención con que este irlandés pronunciaba estas palabras, lo cierto es que, en el fondo, Bernard Shaw tenía razón. No la tenía en sus intenciones, no la tenía en quién debía hacer la pregunta, tampoco en a quién debía contestarse, y por supuesto, tampoco en las consecuencias que la respuesta podía acarrear. Pero tenía razón en el significado profundo de su pregunta. Cada uno de nosotros estamos en el mundo, y el mundo, de cada uno de nosotros, obtiene o padece cosas. ¿Cuál es nuestro efímero papel en el mundo?, es lo que cabría preguntarse.

III.


Volvamos a Einstein. Uno de los resultados más brillantes de su carrera (posiblemente no el más brillante pero sí el más popular), es su famosa fórmula E=mc2. En el fondo, significa que, en la naturaleza, la materia y la energía no son más que dos manifestaciones diferentes de una misma cosa. En su interpretación profunda, significa, ni más ni menos, que todos somos energía, un préstamo de energía de la naturaleza, y nosotros decidimos en qué emplear esa energía. Nuestra supuesta libertad o libre albedrío lo podemos utilizar para muchas cosas. Muchos, sobre todo hoy, piensan que libertad es la facultad de hacer lo que se quiera. Otros, yo mismo, pienso que libertad es la facultad de hacer lo que se debe (pienso que esto segundo nos hace felices siempre aunque cueste trabajo, mientras que lo primero no siempre aunque no lo cueste tanto). Y en averiguar lo que se debe es en lo que deberíamos gastar la mitad de energía que nos presta la naturaleza. La otra mitad, en hacerlo. Habría que preguntarse a qué proporción de cada una de esas dos tareas empeñamos en darle feliz fin.


Cada vez noto, como decía el joven Einstein, con más fuerza, que él tenía razón (muchos dicen que tenía razón hasta cuando se equivocaba). Hay momentos en que uno puede quedarse contemplando una hoja de árbol sometida al vaivén del viento, un adolescente en un momento de felicidad al salir del cine, o el paisaje de una puesta de sol a la orilla del mar, y quedárselo mirando a la vez que sintiendo amor, sí, amor, hacia todo eso. Y cuando se va consiguiendo eso, es el primer paso para ir consiguiendo muchas otras cosas. Pues nadie hace mal hacia aquello que ama.


En definitiva: parafraseando palabras de Ratzinguer (que si no fuese porque es Papa, se le consideraría uno de los intelectuales más importantes del siglo), las cosas grandes comienzan siempre desde el grano pequeño, y las cosas buenas desde nuestro interior. Es imposible que ocurra lo contrario. Podría haber otra forma más sencilla, pero no la hay. El error de los sistemas sociales, y la época de Bernard Shaw (como la nuestra) es un magnífico ejemplo de ello, consiste en pretender sustituir la acción de la persona que arranca desde su interior, desde su conciencia, por la acción exterior. Toda sociedad que merezca tal nombre está obligada en algún modo a hacerlo, pues no puede dejar todo a la libre conciencia individual, debe marcar unas reglas de convivencia. Pero no hay que desenfocar el fondo del asunto: lo importante es nuestra conciencia, nuestro rumbo. Y en eso, las palabras de Shaw tienen toda la importancia: ¿Qué valor aportamos a nuestra existencia, y qué influencia tiene ésta en lo que nos rodea?

jueves, 7 de enero de 2010

Zarpamos





























Atrevámonos a hacer un ejercicio en el que estamos poco entrenados. Contrapongamos a nuestro mundo cotidiano, al paisaje del despertador, la rutina, el consumo y las vacaciones programadas, opongamos el paisaje mítico (que sólo podemos imaginar, nunca ver) del poema de Apolunio Argonáuticas. Y preguntarnos: ¿sabemos en qué viaje estamos embarcados y con qué rumbo?

La Ilustración fue una época dominada por el paradigma de Razón, por una gran confianza en el progreso; ellos iban a ser capaces de dejar atrás los valores con los que príncipes y sacerdotes mantuvieron sometidos a los hombres con ignorancia y mitos. Gracias al nuevo paradigma, los hombres podrían encontrar el camino hacia una vida mejor. Al menos, eso creyeron. Aún hoy seguimos dominados por ese paradigma, a pesar de haber comprobado que, como todo, los mitos, la religión y la tradición también tienen dos caras, y al arrojar esa moneda al mar no sólo perdimos de vista (supuestamente) su la cara mala, también la buena.

Fue una época confusa desde el punto de vista del arte, pues se seguía mirando hacia el mundo clásico como un modelo a imitar (esto es realmente matizable, pues hubo muchas tendencias contrarias), como un pasado idealizado con el paradigma, entonces y supuestamente hoy dominante, de la Razón. En ese contexto, los paisajes de Piranesi (1720-1778) son un contrasentido, pues en ellos no se retrata a una Naturaleza sometida por la Razón humana, no se retrata una visión triunfante e idílica de esa arquitectura clásica, reinterpretada por la Razón. Todo lo contrario. Piranesi ofrece, con una calidad técnica sobresaliente, una visión ruinosa y romántica de las ruinas clásicas. La arquitectura de Piranesi no es una idealización de la antigüedad, pero tampoco lo es de la modernidad; es, por contra, la violenta expresión del choque entre la obra de la civilización y la obra de la Naturaleza. De hecho es, sobre todo, el triunfo de ésta última.

Parece paradógico que en las láminas de las Cárceles se diriga la mirada siempre hacia el pasado para hablar del futuro. Porque si, hablan de nuestro presente. Los paisajes de Piranesi representan un espacio interior de tendencias claustrofóbicas, un paisaje que destruye la concepción de espacio clásico a base de ausentar cualquier centro. Desaparece la nítida y geométrica perspectiva renacentista, desaparece la geometría euclídea, y se impone la expresión gráfica difusa y la multifocalidad de la perspectiva. Al espectador se le implica en el desconcierto, llevándole a que él mismo trate de recomponer el sentido en todo el sinsentido de clasoscuros de la escena. En realidad, con su espacialidad y la profusión de arquetipos psicológicos (puentes, pasarelas, escaleras, grúas)
, vemos nuestro presente ahí retratado. Vemos, en lo confuso, los arquetipos, arquetipos de la conciencia moderna, una conciencia que carece del centro (religioso, mítico u ontológico) que quisimos perder.

A pesar de todo el tiempo transcurrido, las Cárceles son la arqueología de la llamada ciudadanía contemporánea. No hay más que imaginarnos dentro de esas Cárceles, creadas por nosotros los hombres, para vernos retratados en nuestro mundo cotidiano, atrapados en una pesadilla existencial a la que nosotros mismos hemos querido condenarnos. Y es que pese a que muchos aún sigan en el empeño, nada ha sido capaz de sustituir con la firmeza necesaria los referentes que estaban impresos en la moneda que lanzamos al mar en la Ilustración, los de la autoridad, la religión y la tradición. La hoy sacrosanta democracia no es sino la constatación de un viaje en el que el barco avanza a bandazos, sin rumbo y sin referentes colectivos.

Pero las Cárceles no las quiero mostrar como tema sino como contexto del verdadero tema, de esta nuestra nueva andadura; un viaje que, para considerarle bien comenzado, debe arrancar necesariamente desde fundamentos, desde el mundo interior de cada uno de nosotros que tan acertadamente retratan los mitos griegos y muchos otros. Cervantes retrató sin igual a ese mundo interior, superando el mundo atormentado de Piranesi con la contraposición de dos personalidades contrapuestas, poniendo de relieve que no es posible eliminar una de las facetas de la persona sin destruirla. En esa representación, la sabiduría se encarna en un loco, y lo que el mundo llama sabiduría está encarnado humorísticamente en un palurdo. Pues esas dos sabidurías no riñen entre sí, vagan por el mundo existencialmente unidas. El realismo zoquete es forzado a someterse al idealismo destornillado. Cervantes encuentra que las disciplinas están bien, pero en Sancho. Porque Don Quijote lleva en sí una más alta disciplina, la disciplina interior, su fe. En realidad, la fe no es sino la persecución de un absurdo, sería locura si no llevara siempre a rastras consigo al sentido común. La persecución inalcanzable de Dulcinea, eso es la fe; y Dulcinea existe, aunque no donde Don Quijote imagina. Ese hidalgo, que recorre los caminos polvorientos de Europa, persigue, a través de los sueños, su propia sombra, su propia ilusión.

Así, amigos argonautas, inicio la andadura de este espacio, fundándolo sobre esencias y no sobre contingencias, sobre un trasfondo mítico y no sobre un tema de superficial actualidad, esperando que todos los que en adelante participemos lo hagamos desde la firmeza de llamarnos argonautas. Zarpemos desde unas pocas convicciones comunes que nos harán falta para afrontar los peligros del viaje; la más importante, quizás, la de no renunciar a nuestra naturaleza como personas, como seres humanos. La llegada de un nuevo año es una buena oportunidad para que todos indaguemos en nuestro interior, repasemos el año que dejamos atrás, reflexionemos sobre lo que fue bien y lo que fue mal, en lo que acertamos y en lo que erramos. Os invito a todos a poner en común las vivencias, reflexiones o proyectos que hayáis hecho o queráis hacer. Apartémonos un instante del mundanal ruido y construyamos nuestro viaje con un poco más de perspectiva. Dejo abierto por primera vez abierto el blog a todos.