jueves, 22 de abril de 2010

Sobre Principios


Hace algunos meses tuvimos la oportunidad de deleitarnos con el Desayuno de Oración, un acto elitista de la alta sociedad norteamericana que, configurando un marco ambiental casi místico, se repite todos los años. La particularidad del Desayuno de hace esos meses es que, sorprendentemente y como todos sabemos, fue invitado el presidente del gobierno español. Amén de su lectura de la biblia y la argumentación de su discurso, ZP (acrónimo con el que él mismo se vendió y que puede significar multitud de cosas…) hizo mención a una frase que no era nueva en él, que ya decía en mítines de las Juventudes Socialistas, y que suena incluso atractiva: “La libertad os hará verdaderos”. He de decir que me pareció una tontería más con las que suele deleitarnos; una osada tontería, como lo son casi todas, amparadas en la ignorancia y la falta de humildad ante el mundo, con la que pretendía contradecir a Jesús de Nazaret, invirtiendo los términos de su famosa frase “La Verdad os hará libres” (Jn 8, 32; seguramente una de las más importantes del conocimiento humano). Como tal lo tomé en un principio, pero poco a poco me fui dando cuenta que el asunto era más serio de lo que parecía. Mucho más serio. De implicaciones tan hondas que atañen a los principios básicos de las sociedades occidentales modernas (1).

Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a reformarla o abolirla…                Declaración de Independencia de EE.U.., 4 de julio de 1776

Una atenta lectura de estas frases de la declaración de Independencia de los EE.UU. nos debería llamar a la reflexión en un momento como el presente. Sorprende la referencia explícita al Creador, que otorga a los hombres de derechos inalienables: la "vida", la "libertad" y la "búsqueda de felicidad". Y sorprende que a los gobiernos sólo se les otorgue legitimidad cuando acatan y defienden estos principios divinos. Porque lo que hoy vemos es que hemos destruido al Creador, y la legitimidad de los gobiernos sólo viene de la voluntad popular (sea ésta cual sea, que puede ser muchas cosas). Claro que el resultado que sufrimos en nuestra sociedad ni es inocente, ni es independiente respecto a estas causas. Pero comenzaba la cita con “creer” (no demostrar) en “verdades evidentes por sí mismas”. ¿Qué relación hay entre libertad y verdad? ¿Cuál de ellas proporciona la otra y cuál es servidora de la otra? Como resulta evidente, este tipo de cuestiones se pueden abordar de muy diferentes maneras y, según nuestro grado de osadía, con la humildad intelectual de la que seamos capaces. En nuestro caso, asumimos nuestra escasa capacidad para abordar un tema tan hondo con garantías intelectuales (2), y por ello, vamos a complementar el enfoque intelectual de este texto con el enfoque fenomenológico de textos futuros, sin en ningún caso esperar mejores resultados (“intelectuales”) que los de aunténticos colosos de la Historia (nuestro grado de osadía es fecundo pero limitado).

Desde el punto de vista de los principios de nuestras sociedades occidentales, es obligado reconocer que la Declaración de Independencia de Estados Unidos fue la primera en declarar que los hombres son iguales y dotados de ciertos derechos inalienables. Llamamos la atención sobre el último de ellos, la búsqueda de la felicidad, pues al referirse a esta búsqueda no es referirse a la felicidad en sí misma (tampoco comete la osadía de decir cómo buscarla ni dónde encontrarla). En comparación, la Constitución Europea tan precariamente aprobada (concediendo la generosidad de considerarla de este modo) tiene el valor del papel mojado, es decir, ninguno. Y no lo tiene porque es un tratado mediocre, ausente de referencias a las raíces cristianas de Europa (3), ausente del valor de la familia, de libertad de asociación ni de subsidiariedad, y eso siendo diez veces más extensa que la Constitución Americana. La metáfora del árbol es fecunda para representar esta situación: una cosa es replantear o adaptar el asiento de las raíces en el terreno tras una torrencial lluvia, y otra muy distinta es cortarle las raíces al árbol, lo ideal para ver cómo se seca sin saber por qué lo ha hecho (4).

Desde el punto de vista de los principios de las personas, de la construcción de un modelo del mundo por parte del individuo que rija su forma de vida y su comportamiento, habría que aludir tanto a la componente cognitiva de la Verdad (con la que habíamos comenzado) como a la componente ético-moral del Bien. La sociedad en que nos encontramos nos somete a estímulos continuos que nos llevan a creer, no en un derecho a la búsqueda de felicidad, sino simplemente en un derecho a la felicidad (utopía donde las haya en el mundo terrenal). Y las consecuencias se encadenan de forma estrepitosa y dramática, porque desde ese derecho a la felicidad (el principio fundamental de la libertad que, según ZP, es el que otorga la verdad), se puede defender la autonomía moral: si somos totalmente libres, podemos hacer lo que queramos, y eso que queramos, como lo hacemos en libertad (por supuesto más ficticia que real), es verdad. Sea lo que sea. En cambio, según el principio contrario, es la búsqueda de la verdad, dificultosa y dolorosa, la que únicamente puede ser camino de búsqueda de felicidad. Y esa verdad se encontraría en el Creador, cuya proyección más reconocible en el mundo mundano sería el Derecho Natural, el orden moral universal y la idea del Bien, reconocible (como decía Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia) de forma evidente en la esencia misma de las cosas.

Sólo dos referencias más sobre la verdad voy a hacer para concluir con unas aseveraciones personales de lo que, de forma evidente e indemostrable (por comportarse cognitivamente como axiomas), me parece al respecto. Obvio toda referencia relativista de la verdad por considerarla simplemente falsa, y me referiré, primero aunque superficialmente, al concepto intermedio de verdad de Rorty. Decía Rorty que poseer principios epistemológicos es análogo a poseer principios morales: inútil. Que los principios, de poseerse, habían de revisarse permanentemente a la luz de los resultados de su aplicación, que son los que realmente los generan y no al revés (esto me parece bastante razonable, si bien no tiene nada que ver con que los principios sean inútiles en absoluto). Rorty entendía la verdad desde el pragmatismo, que sólo se puede reconocer una verdad (no absoluta) a raíz de los mecanismos que en cada momento dispongamos de justificarla y comprobarla (lo cual también me parece bastante razonable, si bien no niega la existencia de verdades superiores; lo que en nuestra estrecha cabeza no cabe no tiene por qué no existir). Segundo, me referiré a la Verdad platónica (idea cognitiva), íntimamente ligada a su idea de Bien (idea moral). Decía Platón:

...la idea del bien, a la cual debes concebir como objeto del conocimiento, pero también como causa de la ciencia y de la verdad; y así, por muy hermosas que sean ambas cosas, el conocimiento y la verdad, juzgarás rectamente si consideras esa idea [la del Bien] como otra cosa distinta y más hermosa todavía que ellas.                     Platón, República, libro VI

Desde una perspectiva interior, creo que esta cita de Platón es excepcional y verdaderamente verdadera. Platón consideraría así la idea de Belleza, la idea de Bien y el amor como cosas íntimamente vinculadas entre sí, y como una vía de acceso al mundo de las Ideas (donde se encontraría la Verdad cognitiva). Siglos de historia de la humanidad avalan que su planteamiento es, como mínimo, muy válido. Si a alguien no le gusta dar más crédito a Jesús de Nazaret que a ZP, seguramente a Platón se lo dará. Y si tampoco así lo hace, quizás se lo dará a los hechos irrefutables de la triste historia de la humanidad, no prolífica en verdad, belleza y bien. Pero si tampoco con eso encuentra crédito suficiente, pena será; pero pena, sobre todo, para él. Poco más puedo decir sin salirme del enfoque racionalista de los principios en el que estamos basando este escrito. Y el esfuerzo de añadir muchas más referencias intelectuales sobre la cuestión de la verdad no rentabilizaría el resultado. Así que si les parece, aquí lo dejo abierto a comentarios y, ojalá, a una fecunda conversación.

(1) Dos alternativas se pueden distinguir como modelos de construcción de cualquier cosa: el modelo racionalista, que parte de principios establecidos a priori y opera con ellos por deducción lógica, y el modelo empirista, que parte de los hechos fenomenológicos y opera con ellos por inducción. En el texto de hoy me referiré sobre todo a un enfoque racionalista, pero me comprometo a abordar próximamente el tema desde el enfoque contrario.
(2) Insistimos en el término de intelectuales; creemos encontrar mayores garantías en terrenos no intelectuales en un asunto como este
(3) Es interesante comprobar cómo influyeron estas raíces cristianas en la construcción de la Constitución norteamericana: http://revista.libertaddigital.com/el-origen-ideologico-de-la-constitucion-de-eeuu-1275327951.html
(4) Y con esta referencia estamos aludiendo, evidentemente, a la crisis de civilización que está viviendo Europa y a sus más que probables causas.
* La imagen corresponde con una obra de James Turrell, del que hablaremos dentro de poco.

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