jueves, 25 de febrero de 2010

Enfermos

No puede ser un síntoma de salud estar bien adaptado a una sociedad enferma
Jiddu Krishnamurti


Pido disculpas de antemano por mi baja actividad en estos últimos días, no se deben a nada más que a ajetreos personales. Sin embargo, ello no me ha hecho olvidar que he adquirido un compromiso con este lugar, del cual doy cuenta pública y por el que solicito esas disculpas. Por muchos es conocido cierto hecho cibernético reciente que fue origen y causa de este mismo lugar. He hecho un brevísimo repaso a mi archivo particular y es curioso recordar, gracias a él, que ciertas cosas pueden no ser casualidad. Sólo cito breves frases sueltas: “No se os ocurra volver a entrar en este blog JAMAS!” “¿Las normas son iguales para todos?” “...este blog es un peligro público, … creo que deberías tener cuidado”. Creo que, siempre salvaguardando la confidencialidad de la procedencia, sería interesante que todos aportásemos más celebridades cibernéticas que tendremos grabadas; por falta de tiempo no puedo aportar ahora más. Pero si puedo aportar un par de experiencias al hilo del tema que me gustaría proponer, que van en consonancia con las frases reproducidas y con el tema que propongo. De igual modo invito con fervor a todos a aportar otras experiencias que logren enriquecer esta reflexión, pues reconozco que ando justo de fuerzas e ingenio en este momento.
- Hace unos días, andaba con estas lluvias y con gran prisa por las calles de la infausta ciudad donde vivo, paradigma del caos y la calamitosa gestión urbana. Hube de parar el vehículo privado cinco minutos para hacer unas fotocopias en un grupeto de vehículos disciplinadamente dispuestos en doble fila, y como la calle tenía una leve pendiente, no había forma de dejarle quieto, dejándole posar suavemente en el vehículo de enfrente. Pero con la suerte de que ese vehículo estaba ocupado. Sale su airado conductor comunicando con gestos que qué hacía dándole. Una vez puesto el mío, le dije que lo dejaría así los cinco minutos que necesitaba, que tranquilo que en nada me iba. Insistió en que no le diese, que echase para atrás y pusiese el freno de mano. Respondí algo que sorprende no hallar en su mollera: que si no está bien posicionar vehículos en doble fila, menos lo está hacerlo con el freno de mano. Repitió como si nada hubiese escuchado: que no me des con tu coche y que pongas el freno de mano. Insistí en mi respuesta con toda mi buena voluntad de colaborar. Insistió en sus airados gestos. Me rendí, rezando que no pasara nada en esos cinco dichosos minutos.

- Vamos por una autovía y ésta apunta hacia arriba para salvar una loma. Una tropa de camiones en el carril izquierdo, de los cuales, el último no podía desaprovechar la ocasión de cambiar de carril para adelantar justo al pie de la pendiente, antes de que una considerable tanda de vehículos rápidos adelantasen a todos ellos en ella. Por supuesto, en el momento exacto en el que viene el de atrás y a éste obliga a dar un frenazo para no estamparse con su espalda. Causó verdaderos estragos, algún frenazo y una perturbación de tráfico (dos carriles de autovía a unos 40 km/h) que no se recuperaría hasta kilómetros más tarde.

En nuestras sociedades occidentales avanzadas, hay individuos (que son legión) tan mal dotados de talento y de sentido que son incapaces de cualquier juicio, pero censuran, condenan y sentencian todo, no tienen dudas ni vacilaciones, de todo entienden aunque de nada sepan. Lo curioso es que estos individuos son los que, por una circunstancia u otra, son los que acaban dirigiendo los destinos materiales de todos, y son los que se empeñan en conspirar contra el verdadero saber y el verdadero ser. En definitiva, contra la verdad. Lo suyo es el grito y la oposición, el ataque sistemático a los individuos que les son antitéticos, quienes se consagran a la humildad ante la naturaleza y a la verdad. En una sociedad como la nuestra, enseñada a huir de la verdad, a transigir con la injusticia y a sólo pensar en clave egoísta, la existencia de alguien comprometido con la verdad, la justicia y la naturaleza misma supone un referente corpóreo, bien para bien, bien para mal.


En las comunidades del mundo adonde no ha llegado la civilización (muchas de las cuales comparten espacio físico con las que sí han llegado), la vida es muy diferente a la nuestra. Es una vida presidida permanentemente por la lucha por la supervivencia. Sus integrantes no están dotados de educación alguna, pero explotan fecundamente todos sus talentos. Y como la necesidad les obliga, también explotan fecundamente (en general) los mejores valores humanos. Sus vidas transcurren sorprendentemente felices en un clima de trabajo esforzado, de silencio y de permanente fragilidad en la existencia. Allí el tiempo siempre es lento; el tiempo lento y el silencio les envuelve de una forma que cuando alguno de nosotros se presenta allí, le envuelve de una forma realmente desconcertante.


A ambas les envuelve la idea sobre la que invito a pensar hoy, la idea que introducía en la cita inicial: la salud (y como parte de ella, su opuesto, la enfermedad). Efectivamente y comenzando por la cita, en nuestras sociedades occidentales se suele tachar a los inadaptados de eso mismo, de inadaptados, achacándoles ciertas dolencias enfermas, patológicas o, al menos, leves desequilibrios internos (no integrarse en el equipo de fútbol del colegio, no tener amigos que ni se reconocen a sí mismos, o simplemente, dudar de que las cosas estén bien como están). En estos tiempos que padecemos, a todos se nos acumulan dolencias de muchos tipos, no abundando generalmente más las de cuerpo que las de alma. En cambio, en las comunidades no desarrolladas, ocurre más o menos lo contrario: a todos se les acumulan dolencias de muchos tipos, pero abundando más las de cuerpo que las de alma. ¿Cómo es posible este desequilibrio entre unos lugares del mundo y otro, y dentro de esos mismos lugares también? ¿No se montan las organizaciones, comunidades, sociedades, sistemas, para paliar la enfermedad (sea cual sea su naturaleza) y proporcionar mejor salud (sea también cual sea)? Quizás simplemente el remedio no está ahí, sino en el interior del individuo, que sólo lo puede construir él mismo. Suponiendo esto y abundando en ello, ¿Qué dolencias duelen más, las de cuerpo o las de alma? Y ¿Cuáles duelen más, las propias o las ajenas?

En no pocos campos de conocimiento vienen sucediéndose líneas de trabajo que tratan cuestiones que, si tradicionalmente se venían enfocando desde la Razón, ahora lo hacen precisamente desde su opuesto. Respecto a la pregunta que hacíamos: ¿Qué duele más, la dolencia del cuerpo (hambre, sed, enfermedad viral) o la del alma (falta de afecto, soledad, desarraigo, desprecio)? Un equipo de científicos de la universidad de California (Los Ángeles), liderados por H. Takahashi, sugieren razones evolutivas para explicar un hecho científicamente bastante comprobado y al mismo tiempo bastante sorprendente: que el cerebro humano trata ambos tipos de dolencias exactamente igual, activando exactamente los mismos circuitos cerebrales.


Dicen que las especies evolutivamente superiores, como los mamíferos y especialmente el hombre, la dependencia de los recién nacidos hacia sus ascendentes es más elevada que en las especies evolutivamente inferiores; llegan al mundo desprovistos de los medios necesarios para sobrevivir por su cuenta. Es el precio exigido para disfrutar de una mayor inteligencia (como las manifestadas por los sujetos protagonistas de los ejemplos, aunque ese sería otro tema): así pueden dedicar sus primeros años de vida al aprendizaje y no a la simple supervivencia. Pero eso exige la dedicación de sus padres, cuidados específicos, que sólo pueden dimanar de los sentimientos y los afectos. En ese sentido, la evolución parece dirigirse hacia un mayor enraizamiento de lo sensible; una cada vez mayor afectividad y moralidad en las especies parece ser la línea evolutiva natural. Es fácilmente comprobable que en el caso de la especie humana aún es ésta bastante inferior a la capacidad inteligente (en teoría, insisto), pero también es evolutivamente explicable esta tendencia como una realidad natural. Ahora, sólo hace falta que nosotros nos comportemos de esa manera.

Y poder decir que, estadísticamente, ejemplos como los puestos (y como los que todos los Argonautas van a seguir poniendo) son la rareza y no la norma.

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